IGLESIA CATÓLICA ECUMÉNICA RENOVADA ICERGUA COMUNIÓN “SANTA MARÍA DEL NUEVO ÉXODO”
RESEÑA ACERCA DE LOS BIENAVENTURADOS MÁRTIRES DE CHAJUL, QUICHÉ, GUATEMALA.
PRESENTACIÓN
Queridos hermanos:
¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres! (Sal 125)
Con gozo y gratitud les presento esta breve reseña, en la que hemos querido exponer ciertos datos acerca del glorioso martirio de algunos hermanos que nos precedieron en la fe: Los Mártires de Chel, en Chajul.
Auténticos testigos de Cristo y del Evangelio, su sangre ha ayudado a fertilizar la tierra en la que ahora el Señor nos llama a realizar nuestra misión: la de ser testigos de que Él sigue presente, actuando con el mismo poder con que actuó en los primeros tiempos del cristianismo y nos llama a todos a vivir en una Iglesia Católica como Él la fundó y la sigue queriendo: en donde Él es reconocido como el Único Pastor, el Espíritu Santo es el Maestro que instruye e ilumina y todos nosotros, como hermanos y miembros del mismo Cuerpo, estamos llamados a ejercer nuestro ministerio con humildad y generosidad, haciéndonos últimos y servidores de los demás.
Que el testimonio de estos héroes de la fe, a quienes ahora reconoceremos como “Bienaventurados”, sea estímulo para seguir cumpliendo fielmente la misión que el Señor nos ha encomendado.
Con mi bendición pastoral.
+ Eduardo Aguirre-Oestmann.
Obispo Primado de ICERGUA.
BREVE RESEÑA ACERCA DE LOS BIENAVENTURADOS:
GASPAR LAYNEZ Y MARÍA ESCOBAR, PEDRO CABA Y MARÍA SANTIAGO,
SILVESTRE Y PABLO ASICONA,
PEDRO MENDOZA Y COMPAÑEROS MÁRTIRES DE CHAJUL, QUICHÉ.
1. “TE ALABO PADRE, PORQUE TE HAS MOSTRADO A LOS SENCILLOS” (Mt 11, 25)
El Municipio de Chajul, se encuentra en el norte del Departamento de Quiché. Entre sus aldeas está la de Chel, ubicada a unos cuarenta kilómetros de la cabecera municipal, también en la parte septentrional.
De clima templado y vegetación exuberante, Chel está bañada por abundantes ríos y resguardada por monumentales montañas. Hasta hace poco tiempo, llegar hasta allí era una verdadera odisea. Actualmente, está en construcción una Hidroeléctrica y el acceso ha mejorado, a través de una carretera de terracería.
Es ese lugar, tan lejano de la civilización, pero tan cercano al corazón de Dios, en donde se enmarca la historia de Gaspar Laynez y su esposa María Escobar; de Pedro Caba y su esposa María Santiago; de Silvestre y Pablo Asicona; de Pedro Mendoza y de muchos otros hermanos que, habiendo descubierto a Cristo y sintiéndose llamados por Él para ofrendar su vida por la renovación de la Iglesia y por la paz y la reconciliación de nuestros pueblos, derramaron su sangre el 3 de abril de 1982, como testigos del Evangelio y de la presencia del Espíritu Santo, que les había inundado y transformado su existencia.
Es difícil detallar la biografía de cada uno de estos héroes de la fe, debido a la lejanía y a las precarias condiciones de vida; a la carencia de documentos escritos y al conflicto armado, en cuyo contexto fueron martirizados.
Los datos con los que contamos se centran especialmente en la experiencia vivida entre los años 1979, cuando llegó la Renovación Carismática a Chel y el 1982, cuando fueron martirizados.
Sin embargo, la calidad de los testigos y la total correspondencia en lo sustancial de sus testimonios, nos ha permitido llegar a alcanzar la certeza moral acerca de la veracidad de los hechos y del heroísmo martirial de su muerte.
Pues aunque ésta se haya dado dentro del contexto de un conflicto armado entre dos facciones enfrentadas –por una parte la guerrilla izquierdista y, por otra parte el Ejército institucional–, la muerte de nuestros Bienaventurados, es resultado de la respuesta libre y consciente que ellos dieron a la llamada recibida del Señor.
Los resultados de la investigación que ha sido realizada, son apuntalados por el sentir unánime de la comunidad de Chel, que ve en estos bienaventurados la raíz de su fe. Han sido los hermanos de estas comunidades, miembros de nuestra iglesia quienes, desde su sentir de fe, insistentemente han pedido que los hermanos que ofrendaron su vida, sean reconocidos públicamente como bienaventurados.
Este reconocimiento constituye un primer paso para que, eventualmente, en el futuro, se les reconozca como mártires de nuestra Iglesia, añadiéndoles, entonces, a nuestro “Martirologio”.
Por el momento, la proclamación como “Bienaventurados”, tiene específicamente efecto para las comunidades católicas renovadas del norte de Chajul y para aquellas otras que se sientan llamadas a reconocer en estos hermanos, testigos y modelos de lo que el Señor está pidiendo de nosotros actualmente. De hecho, después de un proceso de discernimiento, llevado a cabo conjuntamente con los representantes de todas las comunidades de esa zona, la parroquia creada para servirles, ha sido dedicada a: “La Fe de los Mártires Católicos Renovados de Chajul”.
Que su testimonio e intercesión sirvan de estímulo para que toda nuestra Iglesia Católica Ecuménica Renovada sea una fuerza y una luz que irradie y realice en nuestro tiempo, cuanto los apóstoles y los primeros mártires irradiaron y realizaron en los albores del cristianismo.
2. LOS ANTECEDENTES DE ALGUNOS DE NUESTROS BIENAVENTURADOS:
2.1. Gaspar Laynez:
Gaspar nació en la cabecera municipal de Chajul en el año 1939. Cuando su madre llevaba seis meses de embarazo, murió su esposo y, por lo mismo, Gaspar creció en un ambiente de suma pobreza, bajo el cuidado exclusivo de su madre. La madre murió cuando Gaspar tenía 10 años. Huérfano y sin amparo, emigró a Chel, a casa de un tío suyo.
Cuando tenía 17 años contrajo matrimonio con Teresa Méndez, con quien formó un hogar ejemplar.
Un año después del matrimonio comenzó a trabajar activamente en la iglesia, dentro de la Acción Católica.
En su matrimonio vivió siempre en armonía y amor, a pesar de que había perdido a su primer niño, hasta que, ocho años después, Teresa murió, cuando iba a dar a luz a su tercer hijo.
Un año después, en 1965, contrajo matrimonio con María Escobar. La relación era buena y Gaspar siempre fue un padre responsable y un esposo fiel. Sin embargo, a pesar de que siguió perseverando en la vida eclesial, hasta el punto de llegar a ser presidente de los catequistas de la Acción Católica en 1978, no dejó, esporádicamente, de verse tentado por los vicios y se enfrió su fervor original.
Toda esta situación, no obstante, cambió cuando en 1979, llegó la Renovación Carismática a Chel.
2.2. Pedro Caba:
Pedro, al igual que su esposa María Santiago, nacieron en Chel. No se sabe prácticamente nada acerca de su infancia y su juventud. Sin embargo sí se tienen datos de que llevaba una vida frívola y era esclavo del alcoholismo.
Su vida familiar sufría como consecuencia de esta realidad. Incluso en el año setenta, abrió un expendio de licor en la Aldea y lo mantuvo hasta el año 1979, cuando llega la Renovación Carismática a Chel.
A partir de entonces, toda la vida de la familia Caba Santiago cambió: se acabaron las discusiones familiares, se cerró el expendio de licor y el Señor se convirtió en el guía y huésped permanente del hogar.
Pedro recibió dones del Espíritu Santo, que le permitían reconocer qué era lo que sucedía en la vida de los enfermos y, cuando estaban llamados a curarse, también recibía la inspiración acerca de cómo obtendrían la sanación.
3. LA LLEGADA DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA A CHEL:
Durante el año 1979, dos hermanos, Don Tomás y Don Domingo, oriundos de Chajul, pero residentes en Ixcán, llegan a Chel con la finalidad de fundar la Renovación Carismática.
Gaspar, quien a la sazón era presidente de los catequistas, se entusiasma con el mensaje que le es anunciado.
Junto a Pablo y a Silvestre Asicona, a Pedro Mendoza, a los esposos Caba Santiago y a otros hermanos, comienzan la Comunidad de la Renovación.
Los ataques que les toca sufrir son numerosos. Les acusan de falsos, les persiguen y les calumnian. Sin embargo, el Señor va multiplicando los signos; ellos se van consolidando en la fe y los carismas y ministerios se van multiplicando en la comunidad.
4. LA COMUNIDAD DE CATÓLICOS RENOVADOS EN CHEL:
Gaspar era reconocido como líder de la comunidad. Se dedicaba total e incondicionalmente al servicio de todos los que lo requerían.
Acudían los hermanos a consultarle cuando tenían dificultades.
Él, lleno de humildad y sabiduría, era capaz de encontrar la respuesta adecuada a las diferentes situaciones. Todos le reconocían los dones con los que el Señor lo había bendecido, especialmente el del discernimiento: por eso cuando él asignaba los diferentes ministerios a los hermanos dentro de la comunidad, todos lo aceptaban con alegría y paz, porque estaban convencidos de que era el Señor mismo quien, a través de Gaspar, los estaba dirigiendo.
Pedro Caba, por su parte, recibió especialmente el don de sanación de los enfermos. Después de abandonar los vicios y los negocios erróneos que poseía, se entregó incondicionalmente al servicio de la comunidad. Dotado con espíritu de ciencia, sabía reconocer las dolencias de los enfermos y la forma de sanarles. Además fue progresivamente bendecido con abundantes dones de profecía y con visiones.
De la misma forma las esposas de ambos, María Escobar y María Santiago, tenían dones de profecía, visiones y sueños, que les iban guiando en su seguimiento del Señor y les daban la capacidad de conocer anticipadamente muchos de los acontecimientos que sucederían, así como de discernir los pasos que habían de dar para agradar al Señor.
Dentro de este contexto, comenzaron fuertes campañas de evangelización y la comunidad fue creciendo rápidamente.
Pablo Asicona y su hijo Manuel, instruían a los niños y los preparaban para recibir los sacramentos, daban consejos a quienes se los pedían, visitaban a los enfermos y realizaban misiones en las comunidades vecinas. Pablo era un anciano venerable y el Señor le destinó para que muriera mártir una semana más tarde, el 10 de Abril, mientras estaba en una de sus giras misioneras.
El crecimiento acelerado de las comunidades y los grandes signos y milagros que acompañaban la acción evangelizadora, hicieron que también los ataques se incrementaran, especialmente de parte de los mismos católicos tradicionales.
Ante las persecuciones y amenazas, Gaspar insistía en que había que seguir el ejemplo del Maestro. Con frecuencia decía: “Jesús nos enseña que a quienes nos odian no debemos odiarlos ni a los que nos hacen mal les debemos pagar con otro mal. Por el contrario, hemos de orar por ellos y darles nuestro amor”.
Cuando predicaba, nadie podía resistir al fuego de su palabra.
Los hermanos crecían en la fe y los signos milagrosos se multiplicaban y servían para confirmar las visiones y las profecías que se tenían.
El compromiso de todos era ejemplar.
Pero especialmente conmovían los dones de los que Gaspar estaba dotado. Cuando evangelizaba lo hacía como verdadero profeta del Señor.
Ante el testimonio que daban en la comunidad, incluso quienes eran indiferentes sentían fervor y cambiaban de vida.
Bajo el liderazgo de Gaspar, con la ayuda de Silvestre Asicona, se organizaron grupos teatrales, para escenificar las diferentes parábolas, las predicaciones y otras enseñanzas religiosas. De esta forma, todos podían identificarse con las enseñanzas bíblicas y hacerlas parte de su vida.
La gran creatividad de la que estaban dotados y las iniciativas que emprendían eran especialmente sorprendentes, si tomamos en cuenta de que todos provenían de un ambiente muy humilde y no habían tenido ninguna formación académica. A lo sumo eran capaces de leer y escribir. Era la presencia del Señor en sus vidas y la acción del Espíritu Santo, que les instruía internamente, lo único que puede explicar esa capacidad admirable de la que gozaban.
5. EL CONFLICTO ARMADO Y EL LLAMAMIENTO AL MARTIRIO.
Al poco tiempo de haber llegado la Renovación Carismática a Chel, el conflicto armado comenzó a golpear fuertemente la zona de Chajul.
Los hermanos, sin embargo, no estaban desprevenidos. Gaspar en una ocasión recibió la profecía de que pronto se desarrollaría un conflicto y de que quienes no perseveraran en el amor y la entrega al Señor, renegarían de sus propios hermanos y los traicionarían.
Eso fue precisamente lo que sucedió cuando llegaron las facciones enfrentadas en la guerra.
La guerrilla fue la primera en llegar a la zona. El mensaje de ellos era intimidatorio: tenían que dejar de reunirse y alabar al Señor, pues para ellos Dios no existía.
Les conminaban diciéndoles que Jesús nunca llegaría a salvarlos, ni tampoco lo haría el Espíritu Santo. Les trataban de convencer de que todo lo religioso era invento de los empresarios, de los ricos y de los capitalistas. Para ellos la única justicia era la alcanzada por las armas y la guerra.
Como consecuencia, les exigían que abandonaran sus reuniones en los templos así como sus oraciones y alabanzas, para unirse a ellos en la montaña. De lo contrario, les considerarían sus enemigos y tendrían que atenerse a las consecuencias.
Ante tales presiones, comenzaron a reunirse en los hogares, de forma más discreta. Pero incluso allí les encontraban y los amenazaban.
En ese entonces los hermanos comenzaron a recibir más profecías en las que se les animaba a seguir. Incluso, en muchos casos, llegaron a recibir avisos celestiales advirtiéndoles cuando se acercaba la amenaza, para que se dispersaran.
En una ocasión llegaron los guerrilleros, mientras estaban reunidos. Preguntaron por el líder de la comunidad, para intimidarlo. Como respuesta, todos los hermanos dijeron serlo. Esto creó confusión entre quienes amenazaban. Finalmente Gaspar tomó la palabra y comenzó a exhortar a los guerrilleros de esta manera: “No se condenen, hermanos, porque el Señor los está llamando también a ustedes. En su Palabra nos dice que debemos amar al Dios vivo, que nos llama a la conversión para obtener el perdón de los pecados y para poder vivir en paz y amor”. Ante esto, los guerrilleros se retiraron confundidos.
Pero las amenazas iban también llegando de parte de los miembros del Ejército institucional, que, al presentarse, eran más violentos e intransigentes.
Ante esta situación, muchos de los habitantes de Chel huyeron a las montañas o a otros lugares que consideraban menos arriesgados.
Algunos, especialmente los de la Acción Católica Romana, se pusieron bajo la protección de la guerrilla.
Otros, sobre todo los miembros de las iglesias evangélicas, prefirieron ir a las zonas que estaban bajo la protección del Ejército institucional, específicamente en el área de algunas grandes fincas.
Muchos más, pertenecientes a los diferentes grupos, huyeron hacia la selva, en donde permanecieron ocultos durante varios años.
Los hermanos de la Renovación Carismática emprendieron, por el contrario, un camino diferente: fueron tomando conciencia de que su misión era permanecer en el lugar y seguir allí, dando testimonio de su fe.
Los dones se multiplicaban.
Con mucha frecuencia experimentaban que quienes tenían el don de profecía eran capaces de predecir cuando se acercaban los peligros y de recibir fortaleza para afrontarlos.
Entre los hermanos con dones de profecía y con visiones se distinguen especialmente María Escobar, esposa de Gaspar y los esposos Pedro Caba y María Santiago.
Conforme fue pasando el tiempo, la idea de que estaban llamados a ofrendar su vida, derramando su sangre por Cristo, fue abriéndose paso.
Una semana antes de la masacre, Pedro Pacheco Ijom, otro de los hermanos, tuvo una visión: se le apareció un señor vestido de blanco, que lo condujo hacia una hermosa mansión, que estaba en alto. El señor le dijo: “no se preocupen por lo que les está pasando ni estén tristes, porque su vida está asegurada. Irán a un lugar tan hermoso que no existe nada comparable en esta tierra”
Mientras todos los signos se iban multiplicando, los hermanos se sumergían, aún más profundamente, en la oración y el ayuno. Esto les llenaba de gozo y de fortaleza.
No faltaban las tentaciones. Algunos se sentían temerosos y desanimados. Sin embargo éstas se disipaban sin grandes dificultades, ante los signos maravillosos que el Señor les iba dando.
María Escobar recibió, con toda claridad, la profecía de que debían entregar su vida para manifestar su fe en Jesucristo y que no debían tener miedo, porque el Espíritu Santo les sostendría en la tribulación.
El ambiente generalizado era de oración, de serenidad y de gozo, a pesar de la incertidumbre que los envolvía.
En otra ocasión María Santiago también tuvo una visión: vio una multitud con vestiduras blancas, que marchan hacia la morada santa. En un primer momento, no entendieron su significado. Por lo mismo, intensificaron la oración, hasta que alcanzaron la certeza de que el Señor quería que fueran fuertes y valientes y que entregaran sus vidas por el Evangelio, para que todos ellos se unieran a la multitud vestida de blanco que habían visto en la visión.
Con el agravarse de la situación, el pánico llega a cundir entre los pocos no católicos renovados que habían quedado. Entre los católicos renovados, en cambio, la experiencia de la presencia del Espíritu Santo les fortalecía y les llenaba de gozo y de valor.
Otra visión, acompañada de una profecía, vino a completar las anteriores que habían tenido: mientras se encontraban en oración experimentaron que el Espíritu les confirmaba que los de vestidura blanca eran aquellos que próximamente entregarían su vida por Cristo y su Evangelio.
Por lo mismo, los hermanos perseveraban gozosos y no se sentían ni solos ni temerosos.
María Santiago tuvo otra visión: vio piedras de moler que eran consumidas por el fuego. Pidieron entendimiento para comprender su significado y su esposo Pedro Caba, recibió el don de interpretar el mensaje: las piedras eran símbolo de sus corazones, que difícilmente habían llegado a aceptar a Cristo. El fuego representaba la fuerza de Dios y de su Espíritu Santo: era el poder que les había llegado a cambiar el corazón y que, a través del martirio, los llevaría consigo a la plenitud de la vida.
Para entonces, los hermanos estaban preparados: el Señor los había elegido para ser mártires del Evangelio. Ellos habían aceptado la llamada y estaban ansiosos por unirse a la multitud de quienes, revestidos con las vestiduras blancas, marchaban hacia la morada santa.
Solo esperaban la llegada del momento y de las personas elegidas para que cumplieran la misión que el Señor les había confiado y que ellos, a pesar de su debilidad, habían aceptado con gozo y fortaleza.
Pedro Caba, al igual que los otros padres de familia oraba y pedía fortaleza al Señor. Pedro les decía a sus familiares: “Ojala que ninguno de nosotros huya ni se escape, porque será una bendición y un orgullo para mí, como padre de familia, que nadie se quede aquí en la tierra sino, si tal es la voluntad del Señor, que todos muramos por la fe en Él, para que también resucitemos con Él”.
El dos de abril, un día antes del martirio, María Santiago, como solía hacer cada día, bañó a su nietecita María Caba Canay. Al terminar le dijo: “Es la última vez que lo hago, pues nunca más volveré a bañarte, pero te dejo preparada”.
Como María, todos los demás hermanos tenían la certeza de que el momento había llegado.
6. EL MOMENTO DE LA GLORIFICACIÓN.
La mañana del tres de abril de 1982, fueron los soldados del Ejército institucional quienes entraron en la aldea. Eran unos 150.
Les convocaron para que llegaran a la iglesia, con el pretexto de que les distribuirían azúcar.
Los hermanos sabían que el momento de dar testimonio de su fe había llegado y fueron gustosos y preparados.
Cuando comenzaron a intimidarles, acusándoles falsamente, algunos de los hermanos principiaron a vacilar y a sentirse atemorizados.
Gaspar toma entonces la palabra y se dirige a los comandantes. No trata de justificarse ni de dar explicaciones. Lo único que pide es tiempo para orar.
En ese momento supremo, para el que el Señor les había elegido y les había ido preparando, bastaba con la fortaleza del Espíritu, para perseverar hasta el final.
La intervención de Gaspar reanima a la muchedumbre.
Da inicio una oración intensa. Oran, claman, gritan, lloran y alaban al Señor. Sus corazones están llenos de gozo y de paz.
Todos se sumergen en la más profunda comunión en el Espíritu.
Los soldados aguardan durante más de media hora. Pero al ver la reacción de gozo y confianza de quienes dirigen a la comunidad y la progresiva alegría que va inundando a todos, se ensañan en forma aún más virulenta.
Comienzan con los más ancianos y con todos los hombres adultos. Luego siguen con las mujeres. Finalmente terminan con los jóvenes y los niños. Les desnudan y les llevan a la orilla del río. Utilizan la violencia más cruel, ultrajando su dignidad. Hay un baño de sangre. Solo escapan unos pocos jóvenes y niños que son quienes dan testimonio de este momento terrible pero sublime.
El Señor sostiene con su gracia a los hermanos y hermanas. Todos, gozosos, entregan su vida para dar testimonio del Evangelio, de la fuerza del Espíritu Santo que ha transformado su existencia y para que su sangre se convierta en fermento de renovación para toda la Iglesia y de pacificación y dignificación para los pueblos víctimas del odio, de la discriminación y de la injusticia.
¡Todo estaba consumado! (Jn 19,30)
¡La misión se había cumplido!
¡Nuestros hermanos habían combatido el buen combate de la fe y habían perseverado hasta el final! (2 Tim 4,7)
¡Lavando sus vestiduras con la sangre del cordero, ahora hacían parte de esa muchedumbre que, revestida con túnicas blancas, entraba a la morada santa, de la Jerusalén celestial! (Apoc 7,1-8)
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